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Entrevistamos a Tino Soriano, fotógrafo de los libros “El futuro existe” y “David contra Goliat”

06 · Abril · 2021

“La imagen tiene que ser sincera; las fotos con sentimientos no pueden ser bodegones”

“Me gusta vivir, y por eso me hice fotógrafo” –comenta. Cuando era pequeño, Tino Soriano pasaba muchos ratos en casa de sus padrinos, que no tenían hijos y, por lo tanto, tampoco tenían juguetes. Recuerda que tenían toda la colección de “National Geographic”, y que pasaba horas hojeándola; está seguro que allá se despertó su pasión para viajar. Es fotógrafo freelance, ha viajado por todo el mundo radiografiando diferentes formas de vivir, y su trabajo ha sido reconocido internacionalmente con premios de la UNESCO, la OMS, la Fundación World Press Photo y premios Fotopress. El último reconocimiento que ha recibido es el “Premio Nacional de Comunicación de la Generalitat de Cataluña” (2018).

Su padre era médico, y quería que Tino también lo fuera. Pero él vio que aquel no era su camino, y se relacionó con el mundo médico desde otro lugar; haciendo de administrativo en el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau. De hecho, conoció a su pareja, una banyolina, que trabajaba como azafata cuando él llevaba el departamento de audio-visuales del hospital, y estaba haciendo una exposición en 1981. Hace 40 años que están juntos, y viven en la capital del Pla de l'Estany, lejos del ruido de la ciudad: “Todo depende del grado de ambición que tengas, en el plan laboral –que en mi caso es nulo-; vivir aquí alejado del follón de la ciudad te sitúa en otro plan, cuesta más que te lleguen encargos pero ganas mucho en otras cosas”.

El año 1991, Consol Balcells (entonces gerente de la Fundación Enriqueta Villavecchia) le propuso hacer un proyecto fotográfico para explicar el proceso del cáncer infantil, dado que hasta el momento no existían ni fotografías ni videos que sirvieran de guía para ayudar en las familias que se enfrentaban a la enfermedad: “A la hora de hacer el proyecto, decidimos con Consol que explicaríamos todo el proceso y como se vivía cada momento: el diagnóstico, la soledad, el procedimiento del transplante de médula, la depresión y la tristeza, y el acompañamiento en los momentos difíciles. No queríamos hacer un libro técnico; por eso escogimos a personas conocidas que quisieran poner sus palabras de apoyo para acompañar las fotografías. Fue la primera vez en el mundo que un fotógrafo hacía este trabajo, de entrar una cámara dentro del hospital para hacer un reportaje fotográfico de este estilo; no se había hecho nunca antes”. Nacía el libro benéfico El futuro existe (1992), en favor de la Fundación. Tino recuerda que primero tenía la sensación de que quizás muchas familias se negarían a aparecer en el libro, pero se sorprendió mucho porque fue todo lo contrario; la mayoría de padres y madres lo vieron como una oportunidad de combatir el aislamiento y de compartir y hacer llegar la experiencia que estaban viviendo, para que pudiera ayudar a otras familias.

Para Tino, “fotografiar es el arte de prever aquello que pasará”. Dice que el fotógrafo tiene que ser un radiólogo del momento, y que precisamente su trabajo fotográfico dentro del mundo de la medicina lo que buscaba era captar las emociones. Si le hacemos escoger una de las fotografías de El futuro existe–que sabemos que es difícil porque hay muchas imágenes que para él son especiales- dice que elegiría la foto de Vanessa: “Es una imagen que no es nada trágica; te explica y te sugiere que está enferma pero también te enseña que continúa jugando, no deja de ser una niña, a pesar de la enfermedad”.

Casi 20 años después, en 2011, la Fundación volvió a contar con él para llevar a cabo una segunda parte de este reportaje fotográfico; el libro  “David contra Goliat”.Esta vez, el encargo de Inmaculada Llauradó (gerente de la Fundación Enriqueta Villavecchia en aquel momento) era buscar historias de los diferentes estadios del tratamiento, y poder explicar también los adelantos que se habían hecho en la lucha contra la enfermedad y la transformación que se había producido a nivel científico y social. Se quería acercar la gente a los cambios que se producían en el entorno del niño/a o joven enfermo y la labor de la Fundación a muchos niveles para ayudar la familia a sostener la situación de la mejor manera posible. En este caso, las fotografías de Tino irían acompañadas de los textos del periodista Jordi Rovira, que había realizado trabajos sobre aspectos de carácter social en muchos países y que ha sido director del Gabinete de Prensa de la Academia de Ciencias Médicas de Cataluña.

De este libro recuerda especialmente a Amber y Mariló, madre e hija que sufrieron a la vez la enfermedad: “El día del transplante de Amber, Mariló jugaba con un guante de látex para entretenerla y relajarla; el caso es que en la práctica fue la niña quien animó a la madre antes de entrar al quirófano... es algo que he observado mucho fotografiando a niños/as, como en momentos determinados ellos cogen la iniciativa y hacen de adultos, cuando notan que las fuerzas de los grandes decrecen, por mucho de esfuerzo que hagan para disimularlo”.

Recuerda también como había cambiado todo el tema de los derechos de imagen desde el primer libro, donde todo había sido mucho más sencillo: “Fue muy diferente; en los 90 había como un tipo de naïfmo y de inocencia, tanto por parte del enfermo como de la familia, del médico y de los fotógrafos”. Tiene muy claro que se trata de captar la emoción, y que la diferencia al hacer una foto y hacer una foto efectiva está en que expliques el interior, y no solo la superficie: “Cuando eres políticamente correcto estás haciendo un producto absolutamente insípido. La imagen tiene que ser sincera; las fotos con sentimientos no pueden ser bodegones. Tienes que captar la emoción, y no la encuentras en cosas que no son reales; cuando una fotografía es buena, te llega al corazón”.


De todo esto habla en su libro Ayúdame a mirar (la biblia del reportaje gráfico)”, donde habla de la ética y la aproximación a esta mirada fotográfica, reflexionando sobre el planteamiento que vivimos en una sociedad donde nos autocensuramos demasiado, explica el mundo viste desde el ojo de un reportero.

Dice que uno de los reportajes médicos más difíciles que ha hecho nunca fue en “Airea tus esperanzas” un proyecto de retratar enfermos de cáncer de pulmón que tenían un 95% de probabilidades de no superarlo, para explicar que había muchas personas que hacían una vida más o menos normal a pesar de encontrarse en un estado muy avanzado de la enfermedad. Solo hubo una paciente, Olga, que dijo que haría solo entrevista, pero sin fotografías; Tino accedió sin problema. Empezaron a charlar, y ella le explicó que tenía una esperanza de curarse gracias a un reportaje que había visto en un Magazine de La Vanguardia sobre el cáncer infantil (respecto a un tratamiento revolucionario que había funcionado en un caso de tumor cerebral). Le quiso enseñar la revista, y al verla, Tino reconoció que la fotografía era suya, y le explicó a Olga que aquella foto la había hecho él.

 “Si tú eres quien ha hecho este reportaje, entonces hazme fotos”- le dijo ella. Le hizo un reportaje extenso, y a partir de aquel día se hicieron muy amigos.

Cuando Olga murió, a Tino lo afectó mucho: “Estuve 10 días que no me podía mover, no me podía levantar, hice mi luto y me costó recuperarme... al cabo de un mes, el hijo de Olga me llamó desde Madrid dándome las gracias por las fotografías que le había hecho a Olga aquel día, diciéndome que aquellas imágenes describían muy bien la parte intangible de la esencia de su madre, y que les ayudaba a recordarla tal y como era... Esta es la auténtica dificultad de la fotografía, llegar más allá del aspecto físico de una persona y sugerir su espíritu”.

Para cerrar este círculo dedicado a la fotografía dentro del mundo de la medicina, Tino ha querido hacer un homenaje a los profesionales sanitarios con su último libro, CurArte,, donde recoge 40 años de imágenes para expresar el agradecimiento a estas personas que velan por la salud de los otros, ahora que la pandemia ha puesto todavía más en relevo la importancia de la investigación y la sanidad. Le hemos pedido cuál sería su mensaje para el futuro y tiene mucho que ver con esto: “La medicina es la evolución; me gustaría vivir 100 años más solo para poder ver los adelantos médicos”.


Para acabar la entrevista, le pedimos que escoja un país de los muchos que ha visitado y fotografiado y que escoja una imagen y nos diga el motivo. Ha viajado a India, China y dormido con tribus masai, pero curiosamente, elige Italia: “Los italianos son parecidos a nosotros pero mucho más exagerados; cuando haces fotos en Italia entiendes lo que está pasando, es cómo si estuviera en mi casa, pero en una fiesta. Por ejemplo, me encanta esta imagen, en un mirador de un pueblecito donde alguien dejó aparcado un coche deportivo y 5 minutos más tarde apareció un autobús del Imserso; bajaron unas abuelas y se colocaron junto al coche, y me regalaron este momento fantástico de “Las abuelas de Harrelson”, como yo las llamo; en Italia todo es muy auténtico”.